Wert

Cerramos el fin de semana con un artículo de opinión de nuestro colaborador Fernando Acero, quien ha querido alzar su voz contra la reforma educativa que dejará a nuestros centros de enseñanza sin música en sus aulas.

Si amas la música, este es un artículo de obligada lectura.

 



Algunos dicen que un cometa caerá del cielo, seguido por lluvias de meteoritos y mareas, seguido por leyes que no pueden asentarse, seguido por millones de mierdas sin fundamento. Algunos dicen que el final se acerca. Algunos dicen que veremos el Armagedón pronto. Lo cierto es que lo espero. Me lo podría tomar como unas vacaciones.”

 

Muchas son las veces que ronda por mi cabeza esta estrofa del tema “Aenema”, escrito por Maynard James Keenan – líder de los californianos Tool – con el ácido estilo que le caracteriza. La sarcástica mordacidad con la que se desenvuelve a lo largo de esta letra me hace reflexionar sobre un hecho sintomático: ¿cómo ha de estar de jodido el mundo para que en casi dos décadas – que se dice pronto – esta letra siga manteniendo su vigencia?

Supongamos que la esencia humana reside en el conflicto. Nosotros mismos somos una gran contradicción. Y podemos – es más, debemos – aceptarlo. Lo que no podemos aceptar es que en esa confusión que supone nuestra existencia nos mantengamos como seres aturdidos que yacen catatónicos y que no hacen más que mirar su ombligo. Es de esa inconsciencia de la que nacen las perversas maquinaciones de seres que, digámoslo sutilmente, configuran sus mentes como las de reptiles despojados de cualquier sentimiento de compasión o empatía. Seres que no comprenden las verdaderas pasiones humanas más allá de la codicia o la ambición. Almas enfermas del olor de los sueños frustrados por tal de engrandecer sus monstruosas sombras, que luego pretenderemos glorificar como si su legado hubiese sido el de una dorada estela a la que venerar y rendir pleitesía. Sandeces.

Mi indignación va más allá de la de ser redactor de esta web, TheDrinkTim, lo cual puede denotar de forma obvia que la gran pasión de mi vida es la música. Mi indignación se ve amedrentada por la incompetencia de los que ocupan hoy el parlamento de este país – si no todos, la grandísima mayoría. Y lo grave viene cuando se dedican a destruir como gusanos el fruto de mi esfuerzo, el fruto de NUESTRO esfuerzo por intentar dignificar nuestra apaleada musa que parece, ya no va a servir a más aedos.

En su momento ya levanté la voz contra la deplorable legislación de Ana Botella and friends que dejaba a los músicos callejeros como poco más que un vagabundo que proclama avergonzado su inanición crónica – gajes del oficio con los que por desgracia nos vemos obligados a lidiar. Ahora el tema se ha vuelto kafkiano y han querido ir a un ámbito que jamás debían haber tocado: la música en las aulas.

Ya hace algunas semanas que se corrió la voz por las redes sociales del pedazo de truño gordo con lazo rosa que nos ofrecía nuestra adorada res, José Ignacio Wert. El planteamiento de su nauseabunda ley de reforma educativa enunciaba tan felizmente el hecho de suprimir la asignatura musical entre los temas de estudio de los infantes. En su lugar, encontramos un eufemismo desganadamente disfrazado de progreso: educación artística. Lo que ha sido todo la vida “tener a los críos entretenidos haciendo garabatos hasta que suene el timbre y pueda irme a mi casa a cobrar mi lamentable nómina” – sin intención alguna de ofender a los colegas de Bellas Artes y sectores relacionados; aunque nos duela, sólo hay que ser realista por un momento y percatarse de que esto lo han convertido en una extensión del parvulario.

El problema principal parece estar en que esa concepción se ha extendido también a un ámbito siempre contemplado en la docencia histórica como es el caso de la música; si no me creéis, os invito a leer sobre la Atenas de Pericles o sobre el tan menospreciado Medioevo y sus planes docentes, Trivium y Quatrivium. Y de alguna forma, este pensamiento tan populachero que nos caracteriza a los españoles nos ha llevado a un razonamiento en el que la música es poco más que el hecho de que el tonto del pueblo sepa tocar la banda sonora de Titanic en la flauta dulce. El discurso que parece sostenerse es algo así como “dado que no hacen más que estupideces, cantando y hablando de tíos muertos con pelucas blancas, vamos a suprimir la asignatura; pero ¡eh! Que no falte una asignatura en la que se enseñe el obsoleto dogma ortodoxo del catolicismo que entró en crisis hace siglos”. Y así nos va.

La pregunta es muy simple. ¿Cuántos de vosotros podríais vivir sin música? ¿No? ¿Nadie entre el público? Vaya. Oye, entonces decidme, amigos míos, vosotros, los que plácidamente fusionáis vuestras posaderas con los escaños, ¿quién va a componer entonces esas canciones con las que os enamorasteis, bailasteis y que no dudáis en poner en vuestros mítines? ¿Los mismos que perecerán en el camino por vuestra incompetencia y arrogancia? Oh, bueno, claro. Supongo que para vosotros la música es aquello que sólo pueden pagar adinerados. Aquella música momificada en conservatorios que rinde culto a un pretérito al que tampoco dudáis en escupir a la cara como si fuese una prostituta de carretera secundaria, porque ni a esos respetáis. Robáis subvenciones para financiar proyectos económicos y empresariales que vendéis como nuestra salvación, cuando todo esto no deja de ser una gran farsa para esconder torpemente esa poca vergüenza que tenéis.

Cuentan varios filósofos la utilidad de la música para el ser. Más allá de un simple divertimento, o algo tan absurdamente denostado como una oda a la sentimentalidad y la complejidad de la conducta humana, la música es ciencia – de la que tan abanderados pretendemos ser en la actualidad. La música es disciplina y constancia, en cualquiera de sus vertientes, sabiendo los beneficios que eso implica. La música es socializar, compartir, meditar. La música es la llave a esa puerta que todos buscamos: la de nuestra percepción. La música es expresión. La música es la infinita belleza de la diversidad humana. La música, señores, es vida. Y los efluvios sepulcrales se acercan a ella con el hambriento mirar de las hienas lanosas en las que ingenuamente confiamos a diario. Nuestra pasividad puede valernos más de lo que estamos dispuestos a asumir. Este es el principio del fin. Entre tus uñas y tus muñecas, la solución.

Artículo por Fernando Rodríguez García, estudiante de segundo del grado de Musicología de la Univesitat Autònoma de Barcelona; también conocido como Fernando Acero, redactor en TheDrinkTim.

Foto: Web oficial de La Moncloa