El pasado sábado 19 de abril, la formación belga Amenra visitó la Ciudad Condal junto a Oathbreaker y Hessian, una noche que Fernando Acero y Xell no quisieron perderse.

Si quieres saber lo que sucedió en la citada noche, ¡no te puedes perder esta crónica!


 

Sol de justicia a las vísperas del Domingo de Pascua. La calle Pamplona, vacía de punta a punta, salvo los clásicos beodos que pueblan el emblemático Pepe Bar. Cualquiera diría que a diez minutos de la apertura de puertas iba a aparecer un alma por ahí. Bien, ya sé que ni Amenra, ni Oathbreaker, ni Hessian y desde luego, tampoco TrehaSektori, son artistas excesivamente mediáticos. Pero esa incómoda soledad en una cola ficticia resultaba esperpéntica.

Cerca de la 19:00 de la tarde las puertas de Razzmatazz 3 se abrían. La elección de esta sala fue desde mi punto de vista tan acertada como insuficiente. Por un lado, resulta idónea para disfrutar con cierta intimidad del sobrecogedor espectáculo de unas bandas cuyo fervor escénico es incomparablemente poderoso; por otro, tal vez hubiese estado bien que los músicos hubiesen contado con unas tablas de dimensiones algo mayores por tal de poder desarrollar sus puestas en escena más allá del corsé que representa la minúscula plataforma de la sala.

Fuera de mis desiderativas divagaciones, la realidad era la que era. Las agujas marcaban las 19:30 y a pesar de la apertura de puertas, el público no superaba la decena de personas, lo que sumado al verídico rumor de que TrehaSektori se encontraba indispuesto y no podría tocar – por razones similares por las que no pudo subirse al escenario la noche anterior en Madrid – alimentaba mi prematura decepción. Y digo prematura porque fue poco después cuando el recinto empezó a llenarse velozmente a la llamada de Hessian, que al igual que Oathbreaker, tuvieron la suerte de poder solucionar los problemas logísticos que les impidieron actuar en la capital.

La actuación de Hessian fue impactante y directa, sin muchos rodeos. El ambiguo estilo de los belgas – basado en un hardcore que combina elementos de black, doom, sludge y post-metal – agarró agresivamente a una sala que antes de que uno pudiese percatarse estaba llena hasta los topes. Debo reconocer que la actitud violenta con la que se mueven sobre el escenario – especialmente su vocalista, BramCoussement– resulta contagiosa y el público, más reflexivo que impetuoso ante dicha actitud, parecía comprender perfectamente ese juego en el que el asistente se limita a mirar con sosiego y sentir, siendo plenamente conscientes de que el espectáculo se encuentra dos pies por encima de ellos y no detrás de los focos - que sería el recurso fácil para esta clase de conjuntos.

El principal problema fue que en el punto álgido de su repertorio, conformado íntegramente por los temas de su álbum Manégarmr, se interrumpió su actuación. Y no por problemas técnicos – que gracias a dios, brillaron por su ausencia, si bien la iluminación fue escasa–, sino porque sólo se les otorgó media hora para actuar. Una verdadera lástima, ya que dada la ausencia de TrehaSektori se podría haber previsto una actuación sensiblemente prolongada. Pero como decía antes, la realidad era la que era y el leve retraso del espectáculo no permitía esa clase de posibilidades.

No fue mucho mayor la cantidad de tiempo de la que dispusieron sus compatriotas Oathbreaker. Los tres cuartos de hora con los que contaron, sin embargo, se aprovecharon magistralmente. La emanación de tinieblas que suponen las composiciones del conjunto resulta perturbadora, lo que me resulta sencillamente excepcional; tal vez por no ser un habitual en conciertos del estilo, podría decir que me sorprendió gratamente el intuitivo black metal del conjunto capitaneado por Caro Tanghe. La furia contenida del tema “No Rest For The Weary” dio el pistoletazo de salida a una actuación tan fugaz como siniestra. Resulta cuanto menos revelador encontrar bandas de semejante estilo que adopten una pose más propia del shoegaze, dado que la vocalista, enfundada en un harapiento vestido negro, ocultó su faz tras su larga melena morena en una pose de genuflexión durante prácticamente toda la actuación, emulando lo que parecía una desesperada plegaria llena de sufrimiento y agonía.

El auténtico triunfo de las tinieblas se proclamó con un fascinante “The Abyss Looks Into Me”, que no consiguió librar de los escalofríos a ninguno de los ahí presentes, como hábil contraste a la solidez de su caótico repertorio, que satisfago unánimemente al público. Una banda que sin duda alguna merece ser visitada en un set completo; su puesta en escena no deja sensación de indiferencia en absoluto.

Si la noche hubiese acabado aquí, tal vez podría decir que fue una buena velada y demás condescendencias. Pero el plato fuerte estaba por llegar: los majestuosos Amenra.

Si por casualidad este nombre no te transmite nada en particular, si te resulta uno como cualquier otro, te sugiero que pares de leer un instante, te dirijas automáticamente a YouTube y teclees su nombre. Amenra no es sencillamente una banda. Y debes estar pensando que a continuación soltaré la clásica majadería aduladora que pretende idolatrarlos. Pero por un momento, fuera de retóricas pretenciosas, me gustaría transmitir que un concierto de Amenra no es tan simple como ver a un puñado de tipos con guitarras en el escenario. El concepto de ritualidad y sacralidad es algo auténticamente palpable. Es cuestión de creer en la ceremonia que ofician. Ser ingenuo y dejarse atrapar por los tenebrosos pasajes de sus temas. Y ante todo, cuestión de creer en la sugestión a la que se te somete.

Cuando me percaté de que el nombre del tour del conjunto de post-metal era Church Of Ra. Y que su discografía de estudio se denominaba Mass más el número correspondiente a su lanzamiento. A fin de cuentas, toda esta terminología eclesiástica viene a apunta al verdadero sentido de la banda: sus cuidados directos. Su calidad en vivo mejora de forma exponencial en larguísimas secuencias que esputan agonía y redención por cada uno de sus poros, enmarcándolo en un escenario sin iluminación – exceptuando los pequeños cañones de leds que les transforman en penumbras sobre las maderas –, sugerentes proyecciones repletas de simbolismo, humo, efluvios de incienso y sufrimiento. Una lenta tortura que deleita hasta rozar el misticismo gracias a la perfección de su sonoridad en vivo, sumergiendo al público en una espiral de éxtasis y demencia.

Podría limitarme a hablar de repertorios, anécdotas propias de la singularidad de cada actuación. Pero estas cuestiones se verían truncadas por una prosa excesivamente poética ante lo obvio: Amenra es una de aquellas bandas que cualquier persona, independientemente de amar o detestar el metal, debería ver una vez en su vida en directo. La catarsis de sus temas es completamente sobrecogedora, alcanzando rincones del alma indescriptibles. El placer de un martirio cuya casual situación en esta Semana Santa de 2014 viene a explicar la universalidad del dolor. Del amorfo dolor.

Crónica: Fernando Acero
Fotos: Xell